Civiles: Ricardo Zuloaga, la aventura eléctrica

Efecto Cocuyo

 

En las páginas que siguen vamos a seguir los pasos de un empresario venezolano ejemplar. Un hombre de trabajo que tuvo un sueño y no se detuvo hasta verlo hecho una realidad. Un hombre que no tenía un centavo para iniciar su aventura, pero con la fuerza persuasiva de su proyecto consiguió los recursos para hacerlo realidad. Veamos primero el entorno internacional.

Rafael Arraiz Lucca


Lo antecedentes en el mundo

El primero que registró un fenómeno eléctrico fue Tales de Mileto (630-550 AC) y lo hizo alrededor del año 600 AC. Entonces advirtió que el ámbar, al ser frotado, atraía a los objetos cercanos. Siglos después Teofrasto (374-287AC) redactó un texto donde dejaba asentado que no sólo el ámbar poseía esos poderes de atracción, con lo que estaba escribiendo el primer estudio científico sobre la electricidad.

Cuando Isabel I de Inglaterra le encarga al físico William Gilbert (1544-1603) el estudio de los imanes, con el objeto de optimizar la precisión de las brújulas de navegación, pues se están echando las bases fundamentales para la investigación del magnetismo y la electrostática. Además, a Gilbert le corresponde el honor de haber sido el primero en divulgar el vocablo griego “elektrón”, que significa ámbar. Y en su honor se denominó luego la unidad de medida de la fuerza magnetomotriz.

En el año 1672 el físico alemán Otto Von Guericke (1602-1686) diseñó la primera máquina electrostática con la que se produjeron descargas eléctricas, pero el aparato no tuvo mayores consecuencias prácticas. En 1729 el físico inglés Stephen Gray (1670-1736) descubrió las corrientes de influencia eléctrica e investigó los cuerpos conductores y los no conductores. Pero uno de los pasos sustanciales lo dio Francois de Cisternay Du Fay (1698-1739) cuando demostró la existencia de un polo negativo y otro positivo, en 1733. Doce años después se construyó la famosa botella de Leiden en la que pudo almacenarse, por primera vez, electricidad estática. Debe su nombre a la Universidad de Leiden (Holanda) y a los científicos E Von Kleist (1700-1748) y Pieter Van Musschenbroeck (1692-1761).

En 1752 Benjamín Franklin (1706-1790) comprobó la naturaleza eléctrica de un rayo e inventó el pararrayos. En 1766 Joseph Priestly (1733-1804) logra probar que la fuerza en función entre cargas eléctricas varía de manera inversamente proporcional a la distancia que las separa. Diez años después Charles de Coulomb (1736-1806) creó la balanza que midió con precisión la fuerza entre cargas eléctricas, de allí que la unidad de medida de una carga eléctrica se denomine como el apellido del científico francés.

El siglo XIX es determinante para los avances en el aprovechamiento de la energía eléctrica. Alejandro Volta (1745-1827) se inspira en los experimentos de Luigi Galvani (1737-1798), sobre las corrientes eléctricas nerviosas en las ancas de las ranas y logra construir la primera pila eléctrica. Este avance dio pie a los posteriores inventos del telégrafo y el teléfono, y a que se advirtiese la electrólisis y la galvanoplastia, todo ello entre 1800 y 1876.

Humphry Davy (1778-1829) desarrolla la electroquímica y en 1815 crea la lámpara de seguridad para mineros. André Ampere (1775-1836) asienta los fundamentos de la electrodinámica en 1823. Ocho años después, Michael Faraday (1791-1867) establece que el magnetismo produce electricidad por medio del movimiento. En 1835 Samuel Morse (1791-1867) crea el telégrafo y en 1854 William Thomson (1824-1907) propició el desarrollo del cable trasatlántico. En 1868 el belga Teóphile Gramme (1826-1901) dio un paso fundamental: fabricó la primera máquina de corriente continua, el dinamo, que ha sido la piedra de base de la industria eléctrica.

En 1876 Alexander Graham Bell (1847-1922) inventa el teléfono, y en 1881 Thomas Alva Edison (1847-1931) crea la primera lámpara incandescente. Al año siguiente instala el primer sistema eléctrico que ofrece iluminación incandescente en Nueva York. En 1888 ocurre otro hecho capital: Nikola Tesla (1857-1943) desarrolla la teoría de los campos rotantes, que dio pie a los generadores de corriente alterna, base del sistema eléctrico de la actualidad. Tesla le vendió la propiedad intelectual de sus inventos a George Westinghouse (1846-1914) y este los comercializó y masificó, felizmente, sin pausa. En 1897 Westinghouse enciende los motores de la primera planta de generación comercial de electricidad en el Niágara.

Venezuela se sube al vagón de la historia

Venezuela se inserta en esta cadena de avances hacia 1856, cuando el ingeniero Manuel de Montúfar (1817-1870) tiende la primera línea de telégrafos entre Caracas y La Guaira, con el respaldo del gobierno de José Tadeo Monagas. Luego, el conocido sabio Vicente Marcano (1848-1891) en 1873 alumbra la Plaza Bolívar de Caracas por unas horas, cosa que también hace al año siguiente Adolfo Ernst (1832-1899). En 1883, centenario del natalicio del Libertador celebrado por Antonio Guzmán Blanco, el empresario Carlos Palacios ilumina buena parte del centro de Caracas.

En 1888, Hermógenes López dota de alumbrado público a Valencia, y el empresario Jaime Felipe Carrillo hace lo mismo en Maracaibo, dando inicio a la prehistoria de Enelven. La historiografía señala a Maracaibo como la primera ciudad del país con un alumbrado eléctrico regular y es cierto, ya que las experiencias de Valencia y Caracas no gozaron de la regularidad que se dio en la capital del Zulia.

En 1893 el empresario Emilio Mauri extiende el servicio de alumbrado público en la capital y el ingeniero Carlos Alberto Lares hace lo mismo en Mérida. Y, el mismo año, se crea el alumbrado eléctrico de la ciudad de Puerto Cabello, sobre la base de un contrato de suministro originalmente firmado entre Francisco de Paula Quintero y la municipalidad.

En 1895 se constituye la Electricidad de Valencia, iniciativa atribuida a Carlos Ernesto Stelling, y un año después una pequeña planta hidroeléctrica en las cercanías de Barquisimeto alumbraba algunos días de la semana el centro de la ciudad, pero dos años después fue incendiada por los vencedores de una de las tantas reyertas de la vida pública venezolana del siglo XIX. De modo que puede creerse que fue esta la primera central hidroeléctrica del país, pero sus pequeñas  dimensiones y su tiempo de existencia, menos de dos años, nos llevan a no considerarla como tal.

Como vemos, hasta la fecha, todos los servicios de alumbrado público en el país son de discretas dimensiones, dada la dificultad existente de transportar por grandes distancias la energía, sin perderse. La excepción hidroeléctrica de Barquisimeto no llega a ser tal, ya que la planta quedaba muy cerca de la ciudad. El sueño que alimentaba el joven Zuloaga, al materializarse años después, haría de su central hidroeléctrica la primera de Hispanoamérica y la segunda de América. La primera, como sabemos, fue la que inauguró en 1896 el señor Westinghouse, aprovechando las aguas del Niágara.

¿Quién es Ricardo Zuloaga?

Según relata Juan Röhl en su biografía de Ricardo Zuloaga (1867-1932), una tarde de 1891 en que el ingeniero egresado de la Universidad Central de Venezuela hojeaba una revista dio con la clave de lo que se constituiría en la materia de su realización profesional. En la revista se explicaba que en Alemania, entre Frankfurt y Lauffen, se experimentaba con éxito el transporte de electricidad a distancia, a través de la corriente alterna.

Como sabemos, el problema que se presentaba con la energía es que se perdía en el trayecto entre su fuente y la lámpara incandescente, con lo que no se había podido extender eficazmente el invento. Hasta entonces se sabía cómo producir energía, pero no cómo transportarla a través de largas distancias sin que se perdiera por el camino su influjo. Esto, según la publicación científica, comenzaba a quedar resuelto, motivo por el cual a Zuloaga la lectura de aquel artículo se le impuso como una revelación y un proyecto de vida.

La solución señalada estribaba en utilizar corriente alterna trifásica en vez de directa, con lo que la energía no se perdía en el trayecto, y podía comenzar a pensarse en aprovechar la energía en lugares naturales distantes de los centros urbanos, y transportarla por vías de alta tensión hasta los lugares requeridos. Esto se pudo lograr gracias a que Michael von Dolivo Bobriwoski había desarrollado una técnica de producción de corriente alterna trifásica a 175 kilómetros de Frankfurt y, sin embargo, ésta llegaba incólume hasta esta ciudad, con lo que la industrialización de la energía eléctrica era perfectamente posible, como quedaba demostrado.

Dicha demostración tenía lugar en Frankfurt porque se había convocado una Exposición Internacional de Electricidad, precisamente en el año de 1891, de modo que cuando Zuloaga accede a la información a través de la revista científica, el adelanto en cuanto a aprovechamiento y transporte de energía eléctrica a través de grandes distancias, acababa de darse a conocer.

Entre el instante de aquella chispa encendida en su mente y el acta constitutiva de la Electricidad de Caracas en 1895, median cuatro años de avatares que de inmediato revisaremos, así como intentaremos respondernos una pregunta central: ¿quién era aquel joven empecinado?

Ricardo Zuloaga Tovar era hijo del Ingeniero militar Nicomedes Zuloaga Aguirre (1818-1872) y de Anita Tovar y Tovar (1826-1910). Por la rama paterna descendía del primer Zuloaga que emigró a Venezuela procedente de Azpeitía, en Guipúzcoa, y se llamaba Juan Lorenzo Zuloaga y Ugarte, de quien sabemos casó con Rosa María de Rojas Queipo en San Joaquín (Edo Carabobo) en 1793, e inferimos que llegó al país pocos años antes. Por la rama materna descendía de los de Tovar arraigados desde comienzos de la colonia en el país, por parte de abuela, y de un inmigrante español llamado Antonio Tovar. La madre de  Ricardo Zuloaga Tovar, como es evidente, era hermana del gran muralista venezolano del siglo XIX: Martín Tovar y Tovar (1828-1902).

El hogar de Don Nicomedes y Doña Anita estuvo compuesto por nueve hijos, y Ricardo fue el último, de modo que cuando su padre muere en 1872, este contaba con apenas cinco años de edad, por ello siempre recordó a su hermano mayor, Antonio, como si hubiera sido su padre.

La infancia de este niño estuvo muy lejos de transcurrir sobre un lecho de rosas. Cuando cumplió 12 años fue que pudo comenzar a educarse, ya que las penurias familiares no le habían permitido hacerlo. En cambio, su infancia transcurre en la hacienda “Mopia” de sus abuelos Tovar, donde la naturaleza fue su compañera, hasta que la madre logra mudarse a Caracas a vivir en la casa de su hermano el pintor, mientras este estaba en París, y es entonces cuando el adolescente es guiado en sus estudios por el licenciado Agustín Aveledo.

Hacia 1887 se gradúa de ingeniero y comienza su vida  profesional, refiere Röhl que se le atribuyen la construcción de una capilla y un puente, pero nada más de bulto que señalar. Luego lo encontramos en Puerto Cabello, habiendo instalado una fábrica de hielo con Manuel Felipe de Guruceaga, pero el negocio no conoció la prosperidad y Zuloaga regresó a Caracas.

En el año 1891, cuando casi literalmente se le prende un bombillo en la cabeza, contaba con 24 años de edad. Al año siguiente se embarca hacia Europa para comprobar in situ lo que la lectura le había deparado. En Suiza se radicó por unos meses a estudiar el funcionamiento de lo que le ocupaba completamente el ánimo, y a su regreso ocurrió la más grande crecida del Guaire que se recuerda.

Este fenómeno le llevó a recorrer el curso del río, hasta que dio con un lugar ideal para la estación hidroeléctrica con la que soñaba. El sitio conocido como “El Encantado”, a 17 kilómetros de Caracas y, con el paso del ferrocarril central muy cerca, pues se le hizo el indicado para su quimera. Procedió  a comprar el terreno de “El Encantado” y de una vez adquirió otro sitio, tres kilómetros corriente abajo, lo que revela que ya tenía en mente una segunda planta hidroeléctrica, cuando ni siquiera había comenzado a construir la primera.

Estas compras que adelantó, por cierto, las hacía  a título personal y gracias a un préstamo que le otorgaba su hermano Carlos, que ya disponía de una situación económica holgada, condición de la que nuestro empresario en ciernes estaba muy lejos.

Hasta la fecha, contamos con un soñador (soltero) que ha comprado dos terrenos situados en el curso del Guaire, con dinero prestado por un hermano generoso, y el convencimiento de que es técnicamente posible construir una central hidroeléctrica allí, con la singular circunstancia de que semejante empresa no se había adelantado antes en Venezuela ni en ningún país de Hispanoamérica. Como es fácil suponer, no resultó “coser y cantar” la recolección de fondos para crear una corporación que superara aquel albur.

A muchos caraqueños les causaban gracia las aventuras juliovernescas de Zuloaga, les resultaba aquella idea de represar un río, y hacerlo pasar por unas turbinas para producir electricidad, un tanto descabellada, por decir lo menos. No obstante, Zuloaga logró reunir a un grupo de inversionistas dispuestos a arriesgar su capital en la empresa de construir una central hidroeléctrica que surtiera a la ciudad de Caracas. Entonces, la capital, según el censo Oficial de 1891 contaba con 72.429 almas.

Los cauces jurídicos y económicos de un proyecto

La primera Asamblea de Accionistas de la C.A La Electricidad de Caracas tuvo lugar el 12 de noviembre de 1895, fecha en que quedó constituida la empresa y, según afirma Guillermo José Schael en su libro Casi un siglo, el número inicial de accionistas fue de 25. Entre ellos se encontraban Alberto Smith, José Antonio Mosquera, hijo, José Antonio Olavarría, H Jiménez, H Olavarría, Pedro Salas, Francisco Sucre, la agencia Hellmund, Ricardo Rouffet, Santiago y Luisa Sosa, los señores de Francia y Compañía y, por supuesto, los miembros de la Junta Directiva.

En la Asamblea constó en acta que la empresa contaba con un capital inicial de 500.000 bolívares, de los cuales 300.000 lo aportaban en efectivo los accionistas y 200.000 se le reconocían a Ricardo Zuloaga, una vez tasado el valor del estudio de factibilidad, los terrenos, la iniciativa y los permisos de la municipalidad. La primera reunión de la Junta Directiva de la empresa tuvo lugar una semana después, el 19 de noviembre, y quedó conformada de la siguiente manera: Presidente: Juan Esteban Linares. Directores principales: Eduardo Montauban, Mariano Palacios, Tomás Reyna y Heriberto Lobo. Directores Suplentes: Carlos Machado Romero, Charles Röhl, José María Ortega Martínez, Julio Sabás García y Carlos Zuloaga. Gerente: Ricardo Zuloaga.

Todos los integrantes de la Junta Directiva eran personas de reconocida solvencia. De Linares, por ofrecer un sólo ejemplo, en El Cojo Ilustrado de enero de 1892, se afirmaba: “El señor Juan E. Linares, comerciante acaudalado de Caracas, rico por su trabajo y por su inteligencia, tiene sangre y nervios progresistas y generosos.”

Esa Junta Directiva autoriza el viaje de Zuloaga a Europa con el objeto de adquirir la maquinaria necesaria para la puesta en funcionamiento de la central hidroeléctrica. En el ínterin de seis meses de ausencia de Zuloaga, quedan encargados de la obra los ingenieros Jorge Nevett y Felipe Aguerrevere. Zuloaga parte inmediatamente, el 11 de diciembre, y regresa en mayo del año siguiente. Los suizos de las firmas Oerlikon y Escher Wyss le han brindado todo su apoyo. La obra está en marcha.

Los años fundacionales de La Electricidad de Caracas

El año de 1896 fue intenso en trabajos de ingeniería. Se taladró el cerro para poder hacerle espacio a las líneas de la tubería y, para colmo, el dinero escaseaba y los entes financieros de la época no se arriesgaban a prestarle dinero a aquella quimera. De nuevo la confianza de los integrantes de la Junta Directiva se expresaba en músculo financiero. A la par, Zuloaga lograba comprensión y entusiasmo de los obreros, comprometidos con aquella empresa titánica. El 29 de octubre de 1896, la Asamblea de accionistas aumenta el capital en 200.000 bolívares, sumas que no eran “conchas de ajo” para la época, pero que, sin embargo, los accionistas aportaban, confiados en la experticia de Zuloaga y en la viabilidad del negocio.

Para completar el cuadro que acercaba a la empresa al colapso, las maquinarias compradas en Europa no terminaban de llegar, los días pasaban, el desánimo aumentaba, y las arcas seguían vaciándose. De estas máquinas ya habían sido cancelados sus importes y, para angustia de todos los involucrados, no terminaban de llegar, hasta que al fin hicieron el recorrido desde el puerto de La Guaira hasta un despeñadero del río Guaire, a 17  kilómetros de la capital.

Durante el primer semestre de 1897 los trabajos siguieron su curso natural, no así el de las finanzas de la empresa, de modo que el 19 de junio se reunió una Asamblea Extraordinaria de Accionistas, donde, ante la negativa crediticia que padecía la empresa, no quedó otro remedio que aumentar en 175.000 bolívares el capital, ya entonces los accionistas comenzaban a llevarse las manos a la cabeza. Los aliviaba el hecho de que, después de varios intentos fallidos, pudieron instalarse las turbinas con éxito, y la puesta en funcionamiento de la central hidroeléctrica era inminente.

El Encantado: la primera central hidroeléctrica del país

Al fin, llegó el día soñado por Zuloaga en 1891. Seis largos años habían transcurrido desde entonces, seis años de penurias en los que el empecinado ingeniero se montaba en la mula en el centro de Caracas, en la esquina de La Pelota, y llegaba horas después al despeñadero de El Encantado, a batallar con unos obreros a veces entusiastas, a veces abatidos por el cansancio.

Mucho de monje, de asceta, tiene la personalidad de aquel joven soltero que, aunque hoy en día resulte increíble, no disponía de un salario por parte de una empresa que, hasta la fecha, sólo había provocado desembolsos. Tampoco podía disponer de algún empleado administrativo que lo ayudara en los trabajos de redacción de cartas, de informes y, además, en la búsqueda de los primeros clientes. Una vez inaugurada la planta, alguien tenía que comprar sus servicios, de lo contrario aquella gesta habría sido en vano.

El 8 de agosto de 1897 se inauguró la planta hidroeléctrica de El Encantado. Al acto asistieron el Presidente de la República, general Joaquín Crespo, y sus ministros de Obras Públicas, Guerra y Marina. Las palabras de inauguración fueron pronunciadas por el presidente de la empresa, Juan Esteban Linares, y contestadas por el Ministro de Obras Públicas, el general Juan Uslar.

Entonces Linares afirmó: “La realización de esta obra, que hoy inauguramos, la primera no sólo en Caracas, sino en Venezuela y tal vez en la América del Sur, es triunfo de nuestra civilización, cuyos benéficos resultados han de esparcirse por todo el país, pues la comprobación de su facilidad y beneficios será eficaz estímulo para su propagación… Y es triunfo también del patriotismo porque ella se debe a la iniciativa particular de un grupo de venezolanos.” Y el general Uslar contestó: “En nombre del Ejecutivo Nacional, y singularmente en el del Presidente de la República, deseo el éxito más cabal a esta obra de progreso que involucra el desenvolvimiento de las industrias de Venezuela; y me permito felicitar al ingeniero señor Zuloaga, que la ha realizado, y a la Junta Directiva de la empresa.”

El mismo día de la inauguración de la planta de El Encantado, la Cervecería Nacional, a la sazón el primer cliente de La Electricidad de Caracas, en la noche encendió los focos y ofreció un obsequio a sus “clientes, relacionados y amigos”, mientras la música sonaba y el espacio iluminado era el acontecimiento de la noche. De ello quedó constancia en la prensa  de la época: “Esta fiesta animó los salones de la Cervecería Nacional hasta la hora en que los astros están en la mitad de su camino, como decía el cisne de Mantua.” En el contrato de energía eléctrica la Electricidad de Caracas se comprometía a suministrarle a la Cervecería Nacional la cantidad de 75 caballos de fuerza cada 24 horas.

Pero al día siguiente Zuloaga volvía a sus dificultades: los posibles compradores del servicio eléctrico no estaban convencidos de su eficiencia, y optaban por rechazarlo. A la empresa no le quedó otra alternativa que ofrecer el servicio a perdida, por seis meses. Zuloaga y su pequeño equipo instalaban los motores necesarios en las fábricas y ofrecían energía gratis, con lo que lograban convencer al usuario de las bondades del servicio, y pasado el semestre cobraban por él.

Mientras tanto, la recuperación de la inversión era lenta y dificultosa. Incluso en varias oportunidades Zuloaga se vio en la necesidad de comprarle las viejas máquinas de vapor a los dueños de las fábricas, para poderlos entusiasmar con el servicio que se ofrecía. También fue casa por casa Zuloaga en el pueblo de Petare ofreciendo el servicio de alumbrado doméstico. Para ello debía convencer a los habitantes de dejar de usar las lámparas de kerosene y avenirse con unas extrañas “bombitas de vidrio” que emitían luz, mejor conocidas como bombillos. Toda una odisea que hoy en día provoca la sonrisa, pero que entonces era un problema serio que resolver.

Una vez que comenzó a funcionar la planta de El Encantado en 1897, Zuloaga contrató a Francisco Larrazábal como contador de la empresa. Un hombre de toda su confianza que trabajó en la Electricidad de Caracas hasta 1935, fecha de su fallecimiento. Con él se inaugura lo que va a ser una tradición dentro de la corporación: las largas carreras de sus trabajadores, y los ascensos por mérito dentro del organigrama de la institución.

El devenir técnico de la central de El Encantado se inicia con la instalación de dos turbinas con capacidad de generación de 240 KW, fabricadas en Suiza en los talleres de Escher Wyss, con las que comenzó a funcionar la central. Estas dos turbinas fueron removidas y suplantadas por una sola turbina con capacidad para 400 KW en 1911. Y esta última dejó de funcionar en 1955, año en que la central cerró sus puertas y dejó de prestar servicio. Aquellos 36 metros de caída libre, que fueron piedra angular para la instalación de la central de El Encantado, siguieron precipitándose sin que una turbina aprovechara su fuerza.

En 1898 por primera vez Zuloaga exige un sueldo. Hasta la fecha había venido trabajando sin remuneración alguna, apelando a sus ahorros y, peor aún, desprendiéndose de pequeños lotes de acciones de su propia empresa. Entonces la Junta Directiva le concede un monto mensual de 1.200 bolívares.

Aunque la situación del país no era la mejor, dado el reciente cambio de mano del poder, que había ascendido al tachirense Cipriano Castro hasta la primera magistratura, no por ello Zuloaga detuvo sus planes. Ya en 1899 estaba dando los primeros pasos para la construcción de la central de Los Naranjos que, dadas sus condiciones geográficas, ofrecía un mayor potencial energético. Su caída de agua era sustancialmente mayor que la de El Encantado, era de 180 metros de caída libre y ello, aunado con otras condiciones, permitía que el proyecto fuese de mayor envergadura.

En aquel año de 1899, por cierto, tuvo lugar un cambio en la presidencia de la empresa: Juan Esteban Linares abandonaba el cargo y lo sucedía Henrique Eraso, quien estuvo en él hasta 1908, fecha en la que es sucedido por Tomás Reyna, empresario muy estimado por Zuloaga y sus compañeros de Junta Directiva, conjunto que presidió por un período de 23 años, hasta 1931.

El proyecto supuso un aumento considerable del capital de la compañía y la consecuente suscripción de nuevas acciones para la culminación de una central hidroeléctrica que estaría dotada de tres turbinas. Dos de 375 KW y una de 350 KW. Las dos primeras fueron puestas en servicio en 1902 y 1903, respectivamente, y la tercera en 1908. Las tres dejaron de funcionar en 1911, cuando fueron sustituidas por una turbina de 2.000 KW, que fue puesta fuera de servicio en 1957. Si comparamos la capacidad de generación de la central de El Encantado y la de Los Naranjos, nos percatamos de que el aumento en la capacidad había sido sustancial.

A partir de 1903 la vida, al fin, comienza a sonreírle a Zuloaga y a la Electricidad de Caracas. En junio de 1904, por primera vez en su historia, la empresa pagaría dividendos, a un rendimiento del 9% anual. Los años iniciales en que era necesario convencer al usuario habían ya quedado en el olvido. La demanda del servicio crecía indetenible. Al punto en que cuatro años después de aquel primer pago de dividendos se hacía un avalúo de la empresa y se pudo elevar su capital a 3 millones de bolívares, que fue justamente distribuido entre los accionistas, con lo que comenzaban a repararse los largos años de confianza y espera.

Ya para 1909 la demanda de energía eléctrica era considerable, lo que hacía necesario construir nuevas fuentes de energía. Es por ello que la Junta Directiva autoriza a Zuloaga a levantar una nueva central hidroeléctrica en el sitio denominado Lira, aguas abajo de Los Naranjos y esta, a su vez, aguas abajo de El Encantado. La turbina generadora de esta central tenía una capacidad de 350 KW y fue puesta en servicio en 1911. Estuvo en funciones durante 44 años, hasta que en 1955 cerró sus puertas, apenas dos años antes de que ocurriera lo mismo con las centrales que Zuloaga había construido para aprovechamiento de las aguas del río Guaire. Con la culminación de la central de Lira, las posibilidades de aprovechamiento del curso del río habían llegado a su fin. Zuloaga debía voltear la mirada hacia otros horizontes, mientras la capacidad instalada fuera suficiente para la demanda: quedaba poco tiempo.

En 1916, Zuloaga da con el ingeniero que estaba buscando para formarlo con miras a sucederlo. Se trataba de un joven nacido en Ciudad Bolívar en 1890, que entonces se desempeñaba como gerente de la Compañía Minera la Cumaragua, en las inmediaciones de Aroa. Se llamaba Oscar Augusto Machado Hernández y de inmediato comenzó a recibir encargos por parte de Zuloaga, este  contaba con él para la supervisión de las plantas ya existentes y participaba, también, en los análisis técnicos necesarios para los planes de expansión de la empresa. Ocho años después de haber entrado a trabajar en la empresa, Zuloaga asciende a Machado al cargo de Sub-gerente de la Electricidad de Caracas. Corría el año de 1924.

En 1917 a la empresa se le presenta una oportunidad significativa. La Electricidad de Caracas adquiere la Compañía Generadora de Fuerza y Luz Eléctrica, propiedad de la empresa norteamericana J.C White & Co. Esta compañía se había fundado en 1908, cuando ya el general Gómez mandaba en el país, y los dueños no quisieron seguir invirtiendo capital, motivo por el cual se la vendieron a la empresa de Zuloaga.

Entre los activos que adquiría la Electricidad de Caracas se contaban una planta hidroeléctrica llamada Mamo, con cuatro turbinas de 700 KW cada una, que alimentaba zonas de Caracas y zonas del litoral. Igualmente, con la compra se adquirían dos haciendas (Farfán y Santa Cruz) que garantizaban los derechos sobre el río Mamo. Esto, para la mente futurista de Zuloaga fue convincente: se podría continuar aprovechando el curso del río con la fabricación de diques y centrales hidroeléctricas.

Entre 1918 y 1920 se construye el dique El Peñón, con el que se podrían represar las aguas antes de la central ya existente de Mamo. Y en 1919 comienza una de las grandes obras de la ingeniería venezolana y, probablemente, la más grande que Zuloaga emprendió. Me refiero al dique de Petaquire.

El ingeniero buscaba resolver el problema que creaba el invierno y la sequía en el río de Mamo. En invierno sobraban las aguas y en verano faltaban, de allí que la única solución era construir un dique aguas arriba, donde poder almacenar el líquido y administrarlo sin inconveniente, tanto en el invierno como en el verano. Para ello escogió un sitio aledaño al camino que conduce desde El Junquito hasta la Colonia Tovar: el valle de Petaquire, a 1.300 metros sobre el nivel del mar. Su sobrino, Oscar Zuloaga, Pedro J. Azpúrua Feo y Oscar Augusto Machado lo acompañaban en la aventura.

Lo primero que se adelantó fue la compra de los terrenos que serían inundados por las aguas, pero las complicaciones vinieron después, al punto que sería prolijo relatar las vicisitudes de la empresa. Desde la base hasta el tope la obra asciende 50 metros, con un largo de 300 metros de largo. Alberga cerca de 2 millones de metros cúbicos de agua, en un kilómetro y medio de longitud y a un costo final de 2 millones de bolívares, cantidad significativa en comparación con el capital que entonces detentaba la empresa.

Las complicaciones ingentes de la década de construcción que se empleó en Petaquire, quedan recogidas con elocuencia en la biografía de Zuloaga (ya citada) que Röhl adelantó con éxito, cito in extenso: “ Ahora bien, para llevar un saco de cemento de cuarenta y dos kilos y medio hasta Petaquire, había que conducirlo primero hasta Maiquetía, y de ahí en carro de bueyes hasta la Planta Mamo, de donde se llevaba hasta el dique en arreo de mulas (cada mula cargaba dos sacos) que tardaba todo un día en el trayecto. Resultaba más costoso el flete que el valor del propio cemento. Para manejar la salida del agua en el túnel hubo que hacer un taladro vertical en la roca con una altura de 45 metros.”

A lo largo de esos 10 años Zuloaga continuó desarrollando el aprovechamiento de las aguas del río Mamo. En 1924 inauguró la central Caoma, con dos turbinas de 600 KW y una de 1000 KW. Al año siguiente concluyó el dique El Molino (1925), y al siguiente el de Marapa (1926), hasta que en 1929 inaugura el dique de Petaquire. Para entonces, una de las obras de ingeniería más complejas y grandes que se había construido en el país. Pero todavía faltaba una central para que el aprovechamiento de las aguas del río Mamo fuese total. Me refiero a la central Marapa, con 2.600 KW de capacidad, e inaugurada en 1931.

Ahora el futuro cambiaba de coordenadas. Una vez desarrollado a máxima capacidad el curso del río Mamo, el ingeniero busca hacer lo mismo con el río Curupao, en las inmediaciones de Guarenas, con riberas sembradas de matas de mango, limoneros, y toda una vegetación radicalmente tropical y feraz. Fue así como a partir de 1931, una vez adquiridos los terrenos y escogido el sitio, comenzó a construirse la central de Curupao, que va a ser inaugurada en 1933, con dos grupos generadores con capacidad de 1.650 KW cada uno, y al año siguiente se pone en funcionamiento la central Izcaragua, aprovechando el curso de agua del río Izcaragua, con capacidad de 1.650 KW, pero ninguna de las dos centrales las pudo inaugurar Zuloaga, ya que falleció el 15 de diciembre de 1932, víctima de dolencias cardíacas que se le habían comenzado a manifestar a partir de 1929.

Los primeros pasos del desarrollo termoeléctrico

Quiso el destino que Zuloaga fuese el artífice del desarrollo hidroeléctrico fundamental de la Electricidad de Caracas, pero también le tocó vislumbrar el desarrollo termoeléctrico. Dos circunstancias, por lo menos, se juntaron para que esto fuese así: en 1924 el país padeció una sequía considerable, que llevó el nivel de las aguas de los ríos Guaire y Mamo a niveles críticos, con lo que el suministro de energía se vio en aprietos y, lógicamente, llevó a la directiva de la empresa a pensar en fuentes alternativas de energía.

La otra circunstancia que facilitaba la búsqueda de otras fuentes fue el estallido en 1922 del pozo de Los Barrosos n° 2, en Cabimas, que hacía de Venezuela uno de los principales productores de crudo del mundo, y que marca la industrialización a gran escala de la explotación petrolera en el país. Esto hacía perfectamente posible pensar en una central termoeléctrica que, por una parte, dejara de lado el inconveniente de los cambios climáticos y, por otra, se alimentara de una fuente de energía económica en el país, como comenzó a ser el petróleo a partir de entonces.

En 1930 la empresa adquiere unos terrenos en La Guaira con la intención de instalar allí la primera central termoeléctrica de su capacidad generadora. La central estaba ubicada en las inmediaciones de la avenida Soublette de hoy en día, y fue inaugurada en vida de Zuloaga, en 1931, con una capacidad inicial de 4.000 KW que, muy pronto fue ampliada a 5.000 KW más, en 1933. Por cierto, una de las últimas anécdotas de Zuloaga tiene que ver con la instalación de esta segunda turbina, ya que cuando el sub-gerente Machado le consultó sobre la conveniencia de comprar una turbina de semejante capacidad, Zuloaga le preguntó a Machado que si estaba loco, que a quien pensaba venderle tanta capacidad instalada. En aquella pregunta, de ribetes simbólicos, se hacía evidente que la empresa comenzaba a cambiar de escala, y que su fundador había cumplido su tarea.

Ha debido ser asombroso para Zuloaga constatar que lo que a él le costó “Dios y su ayuda”, aprovechar las corrientes fluviales para alcanzar producir energía, ahora con una sola turbina se alcanzaba, y sin necesidad de domesticar a los ríos, ni levantar un dique a lo largo de 10 años de fatiga. Quizás, aquel día en que Machado le consultó sobre la conveniencia de comprar una turbina de mayor capacidad a la inicialmente prevista, pues el ingeniero comprendió que su labor estaba hecha, que tocaba a su puerta la sucesión.

Con la muerte de Zuloaga culmina la primera etapa histórica de la Electricidad de Caracas. La etapa que dibuja un arco desde aquella idea inicial del joven ingeniero, pasando por el desarrollo hidroeléctrico de la empresa y la consecución de un contingente de suscriptores y un servicio eficiente, hasta la instalación de la primera central termoeléctrica. De modo que Zuloaga fue autor y testigo de los primeros aprovechamientos de energía y de los actuales, cuando la empresa se nutre de la capacidad que sus centrales termoeléctricas producen.

Aquella empresa que había fundado con un capital de 500.000 bolívares en 1895, contaba con un capital de 26.000.000 de bolívares en 1932, y una capacidad instalada de cerca de 10.000 KW, para la fecha de su deceso: muy distinta a aquellas primeras turbinas de la central de El Encantado que producían 240 KW cada una.


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