El Pitazo
La cuarentena para prevenir la propagación del COVID-19 no es importante para la familia Molina, sus necesidades básicas de comer, tomar medicamentos, contar con agua por tubería y tener electricidad, les hace olvidar que hay que usar mascarilla por un virus
Irene Revilla
Punto Fijo.- Astelia Molina, de 74 años, vive con su hija que nació con una condición especial hace 42 años, en una casa que compró en la calle España de Nuevo Pueblo Sur, un sector popular de Punto Fijo, estado Falcón, desde donde se puede ver y escuchar los mechurrios de la refinería Amuay, que forma parte del complejo refinador más grande del mundo.
El Miércoles Santo, 8 de abril, pasadas las siete de la noche, uno de los transformadores que están en el poste de la casa de Astelia explotó, todo el aceite cayó sobre la casa. En minutos el techo y el frente de vivienda eran fuego vivo.
Los vecinos corrieron con la poca agua que tenían en sus hogares, mientras que otros cargaron con tierra para apagar el fuego. «Estaba sentada en la puerta con mi hija y vi la bola de fuego, pude halarla por la mano, sino se me muere quemada, lo pude sentir», contó Astelia mientras lloraba.
El apagón dejó unas 50 casas sin luz, hasta que el Viernes Santo Corpoelec logró reactivar la carga de 110 voltios. Por este incendio se dañó otro transformador que dejó la sede de la Cruz Roja sin servicio eléctrico.
Astelia Molina no usa mascarilla ni cuando se sienta en el frente de su casa para sentir la brisa, para ella protegerse del COVID-19 no es una prioridad, ni siquiera cree que la enfermedad exista, para ella la realidad es la que se vive en su casa todos los días
Sin trabajo y sin agua
Las carencias y necesidades de la familia se han agudizado con los años. La falta del suministro de agua por tuberías en la región, que supera los cuatro meses, sumada a la edad avanzada de Astelia, fueron factores que hicieron que perdiera el empleo con el que levantó a sus tres hijos: lavar y planchar ropa ajena.
En medio de la pobreza que la abraza, Astelia cuenta con mucha tristeza que solo ha podido pintar su casa dos veces en la vida. Cuando lavaba ropa ajena, usaba el agua de jabón para lavar las paredes y limpiar la casa, pero desde entonces es imposible comprar jabón, incluso para lavar la ropa propia.
Con la pensión de vejez y con lo que percibe el hijo de Astelia en trabajos ocasionales como obrero, logran comer a medias. A veces les llega la bolsa Clap, más o menos cada tres meses y siempre cuentan con alguna mano amiga de los vecinos de su cuadra.
«Comemos un poco mejor cuando cae algún bono por el Carnet de la Patria, con eso podemos comprar unos huevos o un pescadito a orilla de playa. Quisiera poder levantarme y hacer otras cosas para ganarme una platica, pero ya las piernas no me dan, siempre estoy débil y me da es por llorar», dice Astelia mientras se seca las lágrimas con sus manos, marcadas por las huellas de la vida.
Ambas están enfermas
Astelia Molina es diabética, pero no recuerda la última vez que tomó sus medicamentos. Su preocupación principal es conseguir los anticonvulsivos de su hija Yelitza Molina, de 42 años.
«La he visto convulsionar hasta nueve veces al día cuando no se ha tomado las pastillas, eso es un hueco que se me hace en el pecho porque no tengo como ayudarla, pero ya no se qué hacer. Las medicinas las busca mi otro hijo en la alcaldía y cuando hay, se las dan, pero no tenemos plata para comprarlas», lamentó Astelia.
En la casa hay tres camitas de hierro con colchones que han sido de otras personas y están cubiertos con sábanas desgastadas. Cada una duerme acompañada de un gato, que son los consentidos del hogar.
Sobre una nevera vieja que usan para guardar cosas, está la imagen de la virgen de Guadalupe, acompañada de un par de flores de plástico. La imagen de la virgen siempre ha acompañado a la familia. En los momentos en que Astelia siente que no puede más, la mira fijamente y le pide por sus hijos, es entonces cuando vuelve a ver la luz. «Siempre me hace un milagro, siempre que la veo me dice algo bonito y es lo que me ha permitido seguir viva», dice Astelia.