LA PATILLA
Son las 7:00 am. Se produce el primer bajón del día. Hay que correr para desconectar los aires acondicionados, la nevera y demás electrodomésticos que haya en la casa.
A las 7:45 am ocurre el segundo bajón de corriente. Otra vez a pegar brincos para preservar los aparatos. El apagón dura tres horas.
Casi a las 11:00 am se restablece el servicio eléctrico, pero no albergamos esperanzas de que dure. Efectivamente, a las 3:45 pm nos quedamos nuevamente sin luz. Regresa 20 minutos después acompañada de tres bajones bruscos de voltaje. Sudamos no solo por la carrera y el calor, sino de pensar que se nos dañe algún aparato. Si no tenemos para comer, mucho menos para repararlos.
Pero no es sino a la 1:23 de la madrugada cuando llega lo peor. Por fin descansábamos del peregrinar diario entre los altos costos, la falta de transporte público e inseguridad, y otra vez Corpoelec hace de las suyas, pero esta vez hasta las 3:30 pm del día siguiente porque explotó un transformador.
Este es un día normal en la vida de los zulianos. Desde hace dos semanas las fallas eléctricas son más recurrentes y extendidas en el tiempo. En un día se pueden sumar 17 horas sin luz. La oscurana que se vive en el Zulia se repite en todo el interior del país. Esto pica y se extiende. Como decimos en mi tierra: “¡esto no es vida, esto es angustia!”.
La prioridad del gobierno es mantener alumbrada Caracas para minimizar el costo político, aunque eso signifique quitarle los megavatios a Venezuela entera. Pero ni que la orden la gire Papa Dios, podrán cumplirla. No tienen con qué. Por más que insistan, no hay cama pa’ tanta gente. La ciudad capital tiene tres meses sumada a la lista de afectados, resintiendo de los fuertes bajones de voltaje y apagones generales. Sin duda, la cosa se pondrá peor en el corto, muy corto plazo.
La generación termoeléctrica nacional está por el suelo y la sobre exigencia –con mantenimientos vencidos– que le meten a las líneas del sistema interconectado nacional provoca explosiones que se reflejan en mega apagones o, como prefieren llamarlo los especialistas, apagones de amplio espectro porque abarcan más de la mitad del país.
Los estudiosos del tema ubican la demanda nacional entre 13.000 y 14.000 megavatios, de los cuales, en teoría y sólo en teoría, 60 por ciento se cubre con la generación hidroeléctrica del Guri y Los Andes, y el 40 por ciento restante con la generación en las plantas instaladas en todo el territorio nacional. Pero la realidad es muy distinta.
José Aguilar, consultor internacional en energía eléctrica, explica que ante la muy disminuida operatividad que tienen las termoeléctricas, la decisión gubernamental es forzar el Guri, que si bien tiene capacidad suficiente de generación hidroeléctrica, ésta no debe sobrepasar lo que las líneas de transmisión puedan soportar. Hacerlo, como de hecho viene ocurriendo, provoca una fuerte sobrecarga en la transmisión y distribución que termina en explosiones y grandes y constantes apagones.
El caso del Zulia es aún más complicado porque está en la cola del sistema y su parque termoeléctrico instalado no funciona adecuadamente, por tanto, se proyecta una tendencia adversa, que de no corregirse, derivaría en un caos en menos de un mes cuando, por condiciones climáticas propias de la región, aumente la demanda. Hoy el estado reclama alrededor de 2.300 megavatios, pero a finales de marzo podría acercarse a los 3.000 por el pico tradicional en las temperaturas.
Aguilar señala que por la vía termoeléctrica, la Costa Occidental de Maracaibo tiene 2.430 megavatios instalados, que en caso de funcionar correctamente, la demanda se cubriría sin problemas con una mínima dependencia del Guri. Pero eso es sólo un sueño, el deber ser. La realidad da cuenta de que Termozulia funciona a 30% de su capacidad; la Ramón Laguna está inoperativa y las plantas de Bajo Grande y Rafael Urdaneta funcionan a menos de media máquina.
¿Si no pueden cubrir la demanda actual, qué podemos esperar desde finales de marzo?: ¡Más ración de Patria! Nos toca prepararnos para vivir en tinieblas, con permanentes bajones de voltaje que dañan todos los aparatos, un comercio cerrado y metidos en las casas para que no nos atraquen, o peor, nos maten.
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