CORREO DEL CARONÍ
Marcos David Valverde
Un salto a la improductividad y un encuentro cercano con las fauces del atraso. No fue más que eso lo que trajo el racionamiento eléctrico a Ciudad Guayana: tres meses de un oscurantismo inusitado, propio de una Venezuela de principios de centurias pasadas y alejada de mares de felicidad y otras utopías chic con sello socialismo del siglo XXI.
Fue este viernes cuando el presidente de la República, Nicolás Maduro, anunció, con el tono febril de quien se cree protagonista de un triunfo, que el racionamiento había llegado a su final. Como ocurrió oficialmente en enero de 2010 con un decreto de emergencia eléctrica, el colapso estuvo cerca de Guri nuevamente.
Hubo, sí, otros colapsos. Todos relacionados con las cuatro horas diarias de racionamiento (tres en la última etapa). Colapsó el sistema educativo cuando las escuelas se quedaron a oscuras y maestros y estudiantes estaban condenados a la oscurana y al calor. Padres y representantes volcaron en la calle sus molestias porque el Ministerio de Educación suspendió las clases de los viernes.
Colapsó también la educación universitaria, pues muchos profesores decidieron, por ejemplo, dictar sus clases de manera virtual porque no contaban con los recursos necesarios (desde aires acondicionados hasta computadoras y laboratorios).
Quebranto económico
Colapsó (más) la economía venezolana cuando los negocios recortaron sus horarios, los centros comerciales abrieron sus puertas más tarde (ya la delincuencia los había obligado a cerrarlas más temprano) o cuando algo tan básico como un café era quimera. Ni hablar de los pagos por puntos de venta y facturaciones, dos imposibles.
Las pérdidas de mercancía también son parte del balance de esos días. Sobre todo los pequeños comerciantes de alimentos, los imposibilitados para comprar plantas eléctricas. A ellos los condenó también el plan de racionamiento.
Las clínicas tuvieron su parte, especialmente antes de los horarios de cortes, cuando los apagones eran arbitrarios: quirófanos que de pronto quedaban a oscuras y habitaciones más parecidas a un sauna que a otra cosa.
El ya de por sí ralentizado sector público fue más burocrático y lento que nunca: en un lapso del plan de racionamiento, sus oficinas dejaron de trabajar tres días por semana.
Un escenario perfecto para el hampa
Si un sector ganó con los recortes eléctricos fue la delincuencia: los atracos proliferaron a medida que se prolongaba la oscurana. Los asaltantes aprovechaban para hacer su trabajo. Lo vivieron, y bastante, comerciantes y clientes del centro de San Félix.
La vida cambió para todos y los cierres de calles y cacerolazos se sumaron a las manifestaciones por comida y otros servicios, tan apagados como la electricidad en Venezuela.
En su discurso del viernes, Nicolás Maduro felicitó al pueblo venezolano por colaborar con “estoicismo” con el plan de racionamiento. Pero no fue exactamente estoicismo lo que prevaleció durante estos meses: las protestas recrudecieron. El escenario fue otro.
El lunes el país comienza otra dinámica. Aunque en cuanto al servicio eléctrico habrá “normalidad”, quedan aún los puntos pendientes. Y esos puntos pendientes son, nada menos, todas las condiciones que mantienen a sus ciudadanos alejados de la calidad de vida.
Puntos pendientes, también, como la desinversión y la corrupción en las plantas termoeléctricas.