Plaza del Agua: reflejo de un país destruido

CORREO DEL CARONI

Llevé a un amigo que vino desde Maracaibo para que conociera las inmediaciones de la represa Macagua y su famosa Plaza del Agua, y francamente me arrepentí. Recuperarme de la congoja que me produjo ver el roído estado de la plaza, otrora tacita de oro, me costó y quedó en mi mente como un triste recuerdo. Es el reflejo de lo que una vez fue mi país. Catorce años y picote de incapacidades, es para lo único que se ha sido muy diligente.

La avenida Leopoldo Sucre Figarella más deteriorada no puede estar: los huecos, que se han multiplicado como la maleza, algunos han sido tapados con remaches de asfalto, como quien repara un camisón viejo: con remiendos baratos.

Es así como Corpoelec -y la robolución- les encanta tapar todo desastre que han hecho: con pintura; como hacen los maquilladores de cadáveres para hacerlos más presentables. Subí por el camino hecho senda hacia la plaza en medio de la más absoluta oscuridad -porque la noche caía rauda- para ver si podía mostrarle a mi amigo el interior de la represa, pero nada, aquel paisaje era oscuro, tenebroso como acercarse al castillo de Drácula en Transilvania. Los mojones de la ruta que un día iluminaban el área, habían quedado como adornos.

Regresamos un mediodía, para tener que presenciar el panorama del más absoluto abandono. Es todo lo que esta revolución-robolucionaria ha producido. La foto en tercera dimensión de un Simón Bolívar que nunca fue, pende en la entrada del Ecomuseo, luce adornado por un mosaico que se despelleja de sus paredes como la piel de un leproso. No se puede entrar al edificio porque está cerrado, tal como quedan las tumbas que guardan los despojos fétidos de un cuerpo en descomposición. La razón: a los empleados no les pagan. No hay dinero. Venezuela le debe “a cada santo una vela”. Aquí lo que abunda son las ganas de largarse y no volver ni para mirar hacia atrás.

Aquel bello parque con una grama pulcramente cuidada, de un verde hermoso, hoy sólo tiene hojarascas secas y árboles medio muertos; es morada de un mono que vive de lo que algunos visitantes le dan.

Pero por ahí dicen que todo es producido por lo que mientan la “guerra económica”, de unos enemigos de la patria extinta, unos fantasmas que militan en la mente intoxicada de unos ineptos contumaces. Fábulas patrañeras; es todo lo que en cinco lustros y picote han dicho y hecho para esconder la ruina que han producido. Son puro sofismas y retórica barata: culpar a otros de sus inmensas incapacidades. Medio país de indigentes mentales aún le compra sus fábulas. Pero aunque primero se atrapa a un mentiroso que a un ladrón (en este caso, y en este país, ambos conviven en un mismo color) nadie sabe hasta cuándo dura este tenebroso atajo de farsas. Pero la gente, aún los que les gusta creer en fábulas de Walt Disney, terminan cansándose del pan y circo.

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