CORREO DEL CARONÍ
Un ejercicio de imaginación, no tan difícil, podrían hacer aquellos de nuestros lectores que por no tener la edad o no haber vivido en la región en aquellos años iniciales del proyecto industrial y de ciudad que es Guayana, no pueden tener la vivencia o el conocimiento de la hazaña que fue levantar esto desde cero. Imaginen por un instante que están en 1960. El 95% de lo que hoy es Ciudad Guayana no pasaba de “monte y culebra”. Apenas tres o cuatro calles polvorientas en el pequeño puerto de paso de San Félix y tres campos residenciales alrededor del puerto de Ordaz de la compañía Orinoco Minning, filial de la US Steel a la que la dictadura de Pérez Jiménez había entregado la concesión para explotar el mineral de hierro en el Cerro Bolívar. Había un potencial ya estudiado desde 1945, para obtener abundante energía eléctrica a partir del caudaloso río Caroní, pero apenas existía una pequeña centralita de 360 MW llamada Macagua I. Una transnacional italiana comenzaba a construir una siderúrgica de modestas dimensiones.
De ese “casi cero”, el nuevo liderazgo político del primer período democrático lanza un plan ambicioso. Casi una aventura. Crear un emporio industrial -“la alternativa no petrolera de Venezuela”- al que llaman “de empresas básicas” porque debían y podían ser la base del desarrollo nacional. Electricidad, hierro y acero más un primer proyecto de aluminio. Energía abundante, limpia, barata, confiable, que ahorrara miles y miles de barriles de petróleo. Para llenar de otras industrias, servicios y comercios al resto de Venezuela y para dar más calidad de vida a la población. Acero y aluminio, base indispensable de cualquier plan de desarrollo tanto en la construcción como en la industria manufacturera. Aprendiendo de los males urbanísticos, sociales y de servicios de como nacieron en desorden las ciudades petroleras, se decide crear a Ciudad Guayana una gran ciudad planificada, proyecto que se le encarga a un equipo profesional venezolano mas el famoso MIT.
Fue clave no quedarse en el palabrerío demagógico o en los sueños y buenas intenciones, sino tomar las decisiones políticas que permitieran echar a andar ese plan. La decisión principal y clave fue crear un organismo promotor del desarrollo industrial y urbano. Esa fue la CVG. Descentralizarla, es decir, no hacer un farragoso ministerio caraqueño, burocrático y lejano, sino una Corporación con sede en la región, con autonomía para hacer y construir, promotora del desarrollo incluyendo atraer inversiones privadas nacionales e internacionales además de las estatales; dotada de recursos presupuestarios -pese a las limitaciones de aquel tiempo- con capacidad para decidir sobre las tierras que pasarían a ser urbanas para cumplir con el proyecto de ciudad planificada. Sin esa decisión de crear la CVG, con esas características, no se habría hecho ni la mitad del plan y para colmo con mucho caos.
La CVG fue concebida y creada como un ente promotor y coordinador del plan de desarrollo industrial y urbano. Nació Sidor con un proyecto mucho más completo, integral, con productos finales claves como hojalata y cabillas, que a finales de los años 70 se transformó en otro aún más ambicioso con el llamado Plan IV y las modernas acerías eléctricas. La primera planta de aluminio -en Venezuela no había experiencia alguna en ese campo- fue Alcasa y se hizo en sociedad con la transnacional Reynolds. Y el segundo proyecto, Venalum, ya a fínales de los años 70 en sociedad con transnacionales de alta tecnología de Japón.
Esa CVG, junto a Edelca, una empresa estatal, pero con calidad gerencial y técnica de primer mundo, sin nada que envidiar a las mejores empresas privadas del mundo más desarrollado, levantan ese portento que es Guri junto con Macagua II y III, dejan andando Caruachi y en proyecto a Tocoma. El sistema hidroeléctrico del Caroní, junto a esa otra maravilla técnica que es el Sistema Interconectado nacional suplen entre 60% y 70% de la energía eléctrica que mueve a toda Venezuela, ahorrando unos 300 mil barriles diarios de petróleo. ¡Na’guará!
Esa CVG se metió luego con otro proyecto hermoso y utilísimo: la siembra de 400 millones de pinos Caribe en sabanas semi áridas del norte del Orinoco. Un proyecto que comenzaría a dar rendimiento unos 20 a 25 años después de iniciado pero que es la clave de una industria maderera que no destruye, y más bien preserva, los bosques naturales. Luego con la industria integrada del aluminio: bauxita, alúmina, aluminio y productos derivados. A finales de los años 80 e inicios de los 90, esa CVG promueve y atrae capitales e inversionistas nacionales e internacionales, así como tecnologías de punta para crear una industria briquetera a fin de dar más valor agregado a nuestro mineral de hierro. Japoneses, australianos, venezolanos, coreanos. Cinco grandes empresas privadas eficientes que en conjunto generan unos 15 mil empleos productivos y de calidad. También atrajo antes a numerosas industrias de capital privado en metalmecánica y refractarios. CVG -con sus altos y bajos, virtudes y defectos, luces y sombras- fue promotora de grandes proyectos e inversiones estatales -donde eran necesarios- y también privados. Y creó una ciudad moderna, planificada, de un millón de habitantes donde antes había casi cero. Tuvo también una división de Desarrollo Social que dejó huella. Construyó docenas y más docenas de urbanizaciones para familias trabajadoras. Escuelas, hospitales, universidades, centros deportivos. Le criticamos muchas cosas -con buenas razones para ello- pero los hechos son los hechos. Y las luces superan ampliamente a las sombras.
Lamentablemente el gobierno dizque “revolucionario” de estos quince años convirtió a CVG en un cascarón vacío. La despojó de su gran calidad técnica y de hacer proyectos. Quizás no la eliminó por el costo político de hacerlo o por algunas trabas legales para lo internacional, pero le montó un ministerio burocrático y centralista, inútil y lejano, como el Mibam que reproducía sus funciones sin servir para nada. También le montó otro ente inútil paralelo llamado Coniba. Ninguno duró 5 años y no dejaron huella, salvo fracasos. Ahora pretender manejar “a control remoto” desde Caracas y sin vocación de nada, a las industrias desde un Min Industrias burocrático. Además, ya lo sabemos, de haber arruinado a todas las estatales y peor aún a las estatizadas de 2008-2009.
En mi libro, “Guayana: El milagro al revés”, hay un capítulo dedicado a refutar el mito estatista propio de una vieja izquierda que no aprendió del fracaso total del modelo soviético y fidelista. Aquí está -como otra prueba- el desastre del “estatismo salvaje” rojo rojito. Indispensable es la empresa privada productiva. Pero… ¡ojo!, también hay otro capítulo que demuestra que sería igual de erróneo, responder al fundamentalismo estatista con un extremismo contrario. Ni estatismo salvaje, ni capitalismo salvaje. Tanto mercado como sea posible. Tanto estado como sea necesario.
Por ejemplo: la nacionalización de la industria del hierro en el primer gobierno de CAP en 1975, fue una decisión impecablemente correcta. Aquellas transnacionales de EE UU solo les interesaba explotar nuestro hierro para alimentar sus acerías en Pittsburgh y dar más impulso a su desarrollo. El interés de Venezuela, al contrario, era y es transformar cada vez más hierro, por industrias dentro de Venezuela, generadoras de riqueza y empleo. Más pellas, briquetas, sobre todo en acero y docenas de productos semi terminados o finales. Y, por ejemplo, proyectos como el Hidroeléctrico del Caroní o los pinos “de Uverito” solo los podía llevar adelante el Estado como planes de desarrollo de largo plazo.
En el futuro, gobiernos que nos hagan tomar la senda del desarrollo industrial, la independencia económica y la justicia social promoverán grandes, medianos y pequeños proyectos industriales en Guayana y otras regiones. Con mucha inversión privada nacional e internacional. Atrayendo capitales. La CVG será indispensable como promotora y coordinadora. Como una vez lo fue e incluso mejor, superando carencias y defectos de la original, pero teniendo el tremendo reto de lograr cosas importantes como lo hizo aquella CVG. ¡Menudo desafío!